Tengo un
conejo en el ojo.
No es
casualidad, en el nombre llevo la misión.
Todo empezó
cuando el Sol, envidioso de la Luna, quiso quemar al conejo y ella, temerosa de
perder su tesoro ancestral, se vio en la dolorosa necesidad de ocultarlo entre
los mortales.
Una noche,
aprovechando que el Sol estaba en París, la Luna bajóy buscó desesperadamente
un lugar donde mantener a salvo a su conejo. Pero todos dormían, todos excepto
yo, que llevaba más de tres horas con el ojo pelón.
-¡Qué
suerte encontrarte despierta! ¡Mi conejo no podría quedarse en mejor ojo!
Y ¡zaz!
sentí como si me fuera a explotar la cabeza.
Cuando me
recuperé de tan doloroso transplante,vi a la Luna sentada ami lado… pobrecilla,
se veía tan cansada¡Pero con justa razón! no es nada fácil lograr meter un
conejo en el ojo de alguien ¡inténtaloy verás!
Total que
cuando la Luna recuperó el aliento, me dijo muy seria: “Ya irás conociendo y
tomándole cariño al conejito, lo único que te pido es que nunca le digas a
nadie que lo tienes porque el Sol podría enterarse”.
Como no
cualquier día se aparece la Luna a dejar encarguitos, yo no lo podía creer. Corrí
al espejo a ver que de verdad que me hubiera dejado al conejo (no fuera a ser
mentira y luego la Luna me quisiera hacer de chivo los tamales). Apenas empezaba
a ver mi reflejo cuando, aterrorizada,me gritó: “¡Ni se te ocurra! ¿Nunca te
has dado cuenta que cada vez que te miras al espejo la imagen se queda con algo
tuyo? Si te miras, un día descubre al conejo en tu ojo y se queda con él”.
Entonces,
como para decirme que ahí estaba, el conejo empezó a saltar y ya no hubo manera
de dudar.
A veces,
así, de la nada, me entran unas ganas increíbles de llorar y entonces sé que el
conejito extraña ver de cerca las estrellas, extraña ver a la Tierra desde
arriba, extraña… Otras veces, me da lo que algunas personas llaman un “tic
nervioso” y mi ojo empieza a saltar, pero no, no son mis nervios, son los del
conejo. A veces, también, tengo un brillo maravilloso y entonces sé que el
conejito está feliz.
Yo no he
podido verlo, por aquello de los espejos, pero lo siento y creo en él.
Una noche
te confesé lo del conejo. Por el color de tus ojos supuse que entenderías,pero
como no lograste verlo, no me creíste. Sin embargo la Luna, que está siempre pendiente,
lo escuchó todo y se enojó tanto que cambió al conejo de lugar.
La Luna no
me deja dormir, el Sol está quemando más de lo normal, mi ojo derecho está rojo
porque el conejito aún no se acostumbra a su nuevo hogar… y yo, sin dudas,
volvería a contarte la historia para que me volvieras a besar.
Izchel Salinas
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