jueves, 28 de julio de 2011

El new be de los tables


Como todos los sábados estoy afuera de la oficina de doña Inés fumándome un cigarro, esperando a que llegue mi turno de cobrar. Hace rato salió de la oficina mi compañero Ramón con cara feliz, le pregunté cómo le había ido y me dijo que con madre. Ahora sale Eugenio y noto la mis-ma cara de puñetas ya chingué, yo hice más encuestas que esos dos.

-Que sigues tu güey - me dice Eugenio.

-Voy.

Termino de fumarme mi cigarro y entró a la oficina.

-Cómo está doña Inés.

- Muy bien Chago, no sé cómo le hiciste pero esta semana te fue bien, a ver hay van doscientos, cuatrocientos, seiscientos… mil... mil quinientos. Pero no se vayan a ir de borrachotes como siempre, mañana se vienen temprano y no los quiero ver crudos.

-Bueno.

-Háblale a Poncho porfa.

Al salir azoto la puerta sin querer y con una seña le indico a Poncho que pase.

Se podría decir que aquí es cuando empieza la tradición. Desde hace casi un año que hago encuestas con doña Inés, y aunque es un trabajo medio pinche, siempre me ha gustado el estilo bohemio que tiene la vida de un encuestador: no hay horarios fijos, cada quien jala a su ritmo, vas de puerta en puerta por las calles de Monterrey con la esperanza de saber la opinión de la gente, te echas tu cigarrito antes y después de que te manden a la chingada, improvisas lugares dónde comer y te las arreglas para que el calor, el frío y la lluvia (tupida o moja-pendejos) de nuestro clima ojete te haga los mandados. Cuando empecé con esto de las encuestas me afectaban los portazos en la cara o las negativas de “no que dice mi mamá que no esta”, “no me estés chingando”, “mejor a la otra”, “para qué quieres saber, tu eres el pinche ratero que anda robando vedá pero después me di cuenta que la recompensa viene cuando una señora buena gente te ofrece agua, o la puerta te la abre una viudita desesperada o una chava bien buena.

-Buenas tardes, ¿le puedo hacer una encuesta? mejor una cogida

-Mmmmm bueno pero, ¿te vas a tardar mucho?

-Nombre devolada, ni cinco minutos si quieres toda la pinche noche

La verdad es que nada de eso importa el sábado cuando entras a la oficina de doña Inés y te da tu lana si supieras que casi todas las encuestas están inventadas, aunque yo digo que si sabes y nos haces pendejos pensando que te hacemos pendeja, lo único que quieres es producción y producción y produc-ción, por eso te da igual, es como si tuviéramos un acuerdo en común no hablado.

Después de cobrar, Eugenio, Ramón, Poncho y yo, nos ponemos de acuerdo sobre a dónde vamos a ir: somos tres estudiantes y un ex-convicto (Ramón) con el porvenir en blanco a las 10 de la noche en pleno centro, con la única certeza de que a nuestro dinero le vamos a partir su madre antes de que amanezca. Alguien sugiere ir a barrio pero los demás le decimos que no, que ya está muy choteado. Otro dice que mota pero como que ninguno trae ganas, mejor otro día - le digo- porque también ya estamos hasta la madre de eso. Poncho se enoja y dice que todos somos una bola de amargados. Como último recurso se me ocurre la idea de un table y todos dicen que sí, que si güey eso está con madre, y empezamos a caminar rumbo a la Zona Rosa.

Ramón era el único de la banda con experiencia en tables. Según él, antes de que lo metieran al bote andaba de novio con una flaquita sin chiste que empezó de puta en Reforma, y que después consiguió jale en un table de Villagran. Ahí supo que era cuestión de tiempo para que la flaquita lo mandara a la chingada, pero eso no le importó y aprovechó para infiltrarse de a grapa, y lo siguió haciendo aún y cuando los dueños de varios tables se cambiaban a las chavas y ha ella la movían de lugar. Luego le dieron el cortón pero eso le valió madre porque ya para entonces conocía a todas las teiboleras y también a los guardias de todas las puertas y entraba de ha gratis cuando quería.

-¿Neta?

-Si güey, pero desde que me embotaron que no voy. Si están las mismas ya chingamos.

Vamos por Villagomez a paso lento, guiados por una música que se oye a lo lejos dices que ya no me quieres cabrona eso yo ya lo sabía damos vuelta en Villagrán y sin querer nos escondemos detrás de Ramón.

-Sobres, en cuál -nos pregunta.

-Pues en el que sea, todos son iguales ¿no? -le digo casi llorando

-Dame un cigarro güey – me dice Poncho.

-Pues mira en ese de allá no hay cover y esta bara la cheve. Vamos ahí.

Ramón saca su credencial e instintivamente hacemos lo mismo. Los guardias del lugar nos revisan de a uno por uno como tanteando cuanta lana traemos. Ya una vez dentro, conforme vamos avanzando por un pasillo sofocante apenas iluminado por una luz azul, hay una canción que se va haciendo cada vez más clara I'm losing my mind Girl, cause I'm goin crazy need your love, honey, yeah I need your love; miralos que nice, con Aerosmith y toda la cosa. Atrás de una cortina que sirve como puerta está el gran misterio no sé porque tanto pedo, así me lo imaginaba: en el centro la pista larga con tres tubos, rodeada de sillas y luego mesas y mas mesas; al fondo la barra, a huevo que enseguidita esta el baño y enfrente hay unas escaleras que dan a un segundo piso.

La canción termina y una chava desnuda empieza a recoger su ropa en medio de una rechifla violadora. Recorre la pista por última vez y baja por unas escaleras improvisadas.

-Ella fue Suleeemaa, un aplauso por favor…gracias, recuerden que los privados están en cincuenta, y sólo hoy tres por cien pesitos. Primera llama-da para Júpiter, primera llamada.

Un mesero nos intercepta y Ramón lo saluda como si lo conociera de toda la vida.

-¿Qué les traigo? – nos dice-

-Mira tráenos una tina de indio, ten un cien pa ti deunavez y porfa búscanos un lugar ahí en la pista, estos vatos andan bien enfermotes, al rato te alivianamos con más.

El mesero se aleja y después de algunos segundos, agita la mano desde la barra y nos indica los asientos que están alrededor de la pista de baile. El mesero se acerca con la tina, pone algunos limones en una servilleta y Ramón me abre una cerveza con los dientes. Poncho me vuelve a pedir un cigarro como chinga este güey y se lo doy. Por primera vez desde que pisamos Villagran estoy tranquilo, miro a mí alrededor y no entiendo muy bien lo que pasa: una voz sin dueño aparente trata de localizar a Júpiter, y con avisos de teatro anuncia la segunda llamada. El ambiente es algo bullicioso, se escuchan risas a lo lejos y con la música de fondo me empieza a doler la cabeza. Le doy un trago a mi cerveza y la pongo sobre la barrita que es como una extensión de la pista de baile.

-Tercera llamada, con ustedes Júpiter.

Mientas la canción de fondo iba subiendo de tono, por la escalera de la pista aparece una chava con un intento de abrigo de mink let´s go girls tin tiririririn con un movimiento maestro se quita el abrigo y empieza a caminar sin escalas hasta el primer tubo. Trae un vestidito negro como pintado al cuerpo, y cada vez que daba un paso con sus botas blancas de brujita, el cabello largo se meneaba de lado a lado I´m going out tonight I´m feeling alright gonna let it all bailaba con gracia mientras se reía jocosamente. Se le notaba que estaba completamente segura del poder que tenía en ese momento sobre todos los lujuriosos que la mirábamos. A veces nos cocoreaba agachándose de más, o de plano nos hacía sufrir haciéndose garras con el tubo de seguro ha de tener unos veintisiete veintiocho, no creo que se pague la universidad, yo digo que le gusta el pedo, tiene cara de desmádrame I get totally crazy can you feel it come come come on baby Whooo whooo whooo I feel like a woman de repente cambia la canción y ahora se siente un ritmo más tranquilo. Unas rumbas empiezan a sonar y la tal Júpiter esta enfrente de nosotros; coqueteándonos, jugando con su vestido, bajándose una manga luego la otra, tocándose. En una de esas que se empina y nos apunta con su culazo.

Lentamente volteó a vernos y se río como diciendo apoco creen que se van a comer este viejón pobres pendejos. Nos mira sin vernos y contin-úa con su numerito. Parece disfrutar la canción, como si le gustara bailar ese ritmo de danzón antiguo, de música prohibida tocada por instrumen-tos raros y primitivos. En ese momento Eugenio me habla para que le pase una cerveza, y él, por querer abrirla con un encendedor se corta la mano puñetas. Le digo a Ramón que me la abra con el hocico y le doy un trago largo chingado no le puse limón ahora Júpiter esta en el tubo del medio; sólo una escala me separa de ella. Regresa con nosotros y nos vuelve a dar la espalda. Su vestido se empieza a resbalar suavemente hasta caer al suelo, luego levanta una pierna, levanta la otra, lo recoge y se lo lanza a una compañera que también es puta o a una puta que también
es su compañera.

Empieza a caminar hasta el primer tubo únicamente en tanga y botas. La luz neón del lugar hace que brille su tanga blanca. Se pasea, se pasea y se sigue paseando mostrando sus tetas descomunales, riéndose con todos o tal vez con ninguno, dándose vueltas en los tubos y justo antes de que termine su turno, se empina frente a nosotros, a menos de un metro, y como para alegrarnos la noche se quita la tanga y nos enseña todo el pedo.

-No mames, pinche pastelote-dice Ramón.

Apresuro mi cerveza de un sorbo y por mas de cinco segundos la chava esta inmóvil, así cabrona de perrito se levanta, vuelve a dar un breve reco-rrido y sale por las escaleras.

-Ella fue Júpiter, un aplauso por favor, recuerden que tres privador por…

Empiezo a flotar en medio de un remanso de impotencia. La veo alejarse y desaparecer tras las escaleras no mames cómo te vas a enamorar de una puta y siento como si hubiera malgastado toda mi vida pero qué chingados hacia antes de venir a un table Ramón me mira a la cara y pregunta que si todo bien.

-Si güey. Oye ¿cómo está eso de los privados?

-Tranquilo, chance y las otras están más buenas.

Estoy como inquieto. Trato de seguir el ritmo de la música con los pies, pero me desconcentro fácilmente. Pateo la tina sin querer y busco entre los hielos alguna cerveza sobreviviente.

- Ya no hay güey, págate una -dice Ramón- yo piché la primera.

Cuento mentalmente mi dinero y con una seña le hablo al mesero.

-Otra de indio, sal y chingos de limones.

El mesero hace como que apunta algo y se dirige a la barra mientras prendo un cigarro. Eugenio ya empezó a hacer amigos y esta muy entreteni-do platicando con el borrachín de al lado. Poncho esta fumando a lo pendejo, con el cabo de un cigarro prende otro y luce impasible desde su asiento. No hace falta ser muy observador para darse cuenta que Ramón es el que está más tranquilo de los cuatro.

-Segunda llamada para Vajinova.

El mesero regresa y me destapa una cerveza casi en la cara, me la da y pone la tina en el piso entre Ramón y yo.

-Con ustedes, desde Rusia, Vajinova ay no mames, pinche nombrecito, jaja, nadie se la traga, de seguro ni ha de saber donde esta Rusia

Una especie de J.Lo. pelirroja sube al escenario. Solamente trae una blusa escotada y una faldita súper corta. Si bien no es tan joven como la tal Júpiter, algo tiene que la hace verse mística: su mirada es como la de una asesina o la de una maestra dispuesta a enseñar sus artes de alcoba a cualquier estudiante del amor. Camina sin detenerse hasta el primer tubo, y su cuerpo empieza a bailar, como obedeciendo a una coreografía aprendida quizá en tantas noches de excesos. De repente se agacha hasta el piso y se levanta lentamente imitando lamer el tubo. Lo agarra con las dos manos como si fuera un pito, y empieza a escalarlo con la agilidad sobrenatural. Ya en la cima se da una vuelta, invierte su posición, se pone de cabeza y amarra sus piernas entre el tubo. Luego suelta las manos y empieza a bajar suavemente en espiral hasta llegar al suelo. El público la ovaciona, todos gritan por la hazaña tan pro de la tal Vajinova, y ella sonríe y continúa bailando hasta que termina su turno.

Ahora ya todo pasa más rápido. Tinas de cerveza vienen y se van vacías, los ceniceros se llenan y se limpian a cada rato. Un montón de chavas suben y bajan por el escenario, y el presentador a dicho tantos nombres que ya no recuerdo ninguno. A estas alturas la cerveza ya me hizo efec-to. El humo del cigarro hace que me empiece a marear; pero a la vez hay una emoción como de aventura que poco a poco se va adueñando de mí. Imposible aguantar un minuto más.

-Ramón cómo le hago para un privado- le digo con muchos huevos.

-Pues háblale al mesero y dile que te traiga a la vieja que te gustó. Luego la llevas a la zonita de los privados y le pagas al vato que está ahí afuera. Nomás ponte vivo, que no te saquen más lana, las viejas siempre te dicen que estas bien chulo, que les gustaste y la madre pero es puro pedo pa tumbarte más feria.

Ni que fuera pendejo, pero a ver cuál me llevo Le hago la seña al mesero para que venga y le digo que quiero un privado con mmmm la que sea hom-bre con esa.

-Ya esta primo ahorita le digo.

Me paro de la silla y voy derechito al baño me ando orinado pero tengo que hacer fila. Cuando por fin me toca empiezo a jugar a derretir los cu-bos de hielo de la pila del baño. Ahora estoy nervioso, la verdad es que estoy inseguro. Quizá ya no quiero un privado. ojala que el pinche mesero se haya sordeado pa que no se arme, es mas ya me quiero ir Me subo el cierre y veo mi cara de pedo en el espejo del lavabo. Me lavo las manos y le aviento unas monedas a la pecera de vidrio del guey que cuida los baños para que me de papel.

Por un momento siento que el asunto del privado ya es cosa del pasado, pero me aterro cuando al abrir la puerta el mesero me intercepta.

-Ahí esta primo, te está esperando en la escalera.

Volteo a la izquierda y la veo recargada en la pared. Me está observando de arriba abajo, como escaneándome, y me hace una seña con la mano para que vaya hacia ella. Camino como fuera de este mundo y quizá ella se da cuenta de mi estado de idiotez, porque me agarra del brazo y juntos empezamos a subir las escaleras. La había imaginado más puta, más vulgar y más fría, pero cuando me preguntó mi nombre, descubrí en su voz algo de ternura y un tono de viejos amigos tal vez es su estrategia.

-Me llamo Santiago-le dije.

-Por ahí dicen que todos los Santiagos son unos hijos de la chingada.

-Yo no-le dije ridículamente- yo soy diferente.

-Ja ja, y que también son mentirosos.

Al llegar a la zona de privados saco de la cartera el dinero exacto y le pago al padrote los cien pesitos.

-Por ahí- me indica con su mano llena de anillos, relojes y esclavas.

Atravieso un laberinto de mini cuartos en donde se dejan escuchar gemidos, risas y forcejeos. Entro en el primer lugar que veo desocupado y me siento en la única silla. Ella pregunta que si es mi primera vez, pero no espera contestación alguna pues mi cara de perrito mojado le revela la respuesta.

-No te preocupes -me dice- sólo relájate.


Carlos Reyes Hernández, Poeta de la Simpleza