martes, 31 de marzo de 2009

Una mujer y un hombre

Una mujer y un hombre llevados por la vida,
una mujer y un hombre cara a cara
habitan en la noche, desbordan por sus manos,
se oyen subir libres en la sombra,
sus cabezas descansan en una bella infancia
que ellos crearon juntos, plena de sol, de luz,
una mujer y un hombre atados por sus labios
llenan la noche lenta con toda su memoria,
una mujer y un hombre más bellos en el otro
ocupan su lugar en la tierra.


Juan Gelman

Ausencia de amor


Cómo será pregunto.
Cómo será tocarte a mi costado.
Ando de loco por el aire
que ando que no ando.

Cómo será acostarme
en tu país de pechos tan lejano.
Ando de pobrecristo a tu recuerdo
clavado, reclavado.

Será ya como sea.
Tal vez me estalle el cuerpo todo lo que he esperado.
Me comerás entonces dulcemente
pedazo por pedazo.

Seré lo que debiera.
Tu pie. Tu mano.

Juan Gelman

Mourir de Amor


Nadie la miraba que no bendecia a Dios...

No esta muy lejos de aqui un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela, y encima de alguna, una corona grabada en el mesmo arbol, como si mas claramente dijera su amante que aquella mujer la lleva y la merece de toda la hermosura humana.


Del libro del Ingenioso Hidalgo, Don Quijote de la Mancha

Tangos de Pepico


Desde que se fue mi Pepe
el huerto no se a regao
la yerbabuena no crece
y el perejil se a secao

Ay Pepe mio, ay Pepe mio ven pa´ca
que no me hagas mas sufrir
que ni tampoco mas llorar

En un corrillo de hombres
los Pepes son los que valen
los Antonios son valientes
y los Manueles cobardes

Que no me quieres te alabas
quien no te quiere a ti soy yo
ay, tronco de tan mala rama
ay, que no me camelas te alabas.

Canta, Estrella Morente.

miércoles, 25 de marzo de 2009

De paso...


-Cuando se habla de mujeres, siempre, siempre recuerdo a la de la frente amplia, es matemáticamente imposible no recordarla al menos dos veces-.
Así me decía aquel amigo, al que un llamado "accidente policiaco" le destrozo la mano derecha, el accidente ocurrió porque Octavio no hablo lo suficiente. Pero le encantaba hablar de ella, lástima que la justicia no tome en cuenta ese tipo de declaraciones. Le encantaba, y cada vez que lo hacía, su brazo herido temblaba de una ansiedad inhumana, y en la zurda, el cigarrillo. Octavio tenía ya 83 años, su cara era dueña de grietas que no agotaban las historias, muchas de ellas poco saludables. En cambio, al invocar aquella mujer, a la dueña, a la eterna, se le llenaba el rostro de no sé qué juventud.
-Siempre me pasa, que le voy a hacer, pero la flaca se fue y nunca volverá-
Decía como para darse fuerzas, pero no aguantaba mucho, y eso yo lo sabía, al rato volvía a describirme su triunfo pasado, y de qué manera la recordaba el negro.

Aquella era una curandera!, cuando llegaba yo cansado de un día de trabajo, me recibían esos ojos tranquilos, eran como dos olas, y me arrastraban cada vez más profundo, a mí se me olvidaba el sueño. Llegaba yo hambriento, sabía que no era aficionada a la cocina, así que me ofrecía sus pechos de azúcar, ella se abría la blusa de una manera tan bella, también se me olvidaba el hambre. Nunca, nunca alcance a recorrerla toda en una noche, me confíe, siempre dejaba un palmo sin besar, otro más acá sin tocar, el motivo no era otro sino pensar, al otro día, todo el día, de qué manera tocar, y de qué manera besar esos dos lugares. Cuando caminaba lo hacía bailando, su cadera, sostenida por esos minerales largos, iba y venía a un son suculento, yo no mecía esas caderas, mis brazos y todo mi cuerpo, ellos eran los que se dejaban mecer por ese baile tan persuasivo. Otras ocasiones yo la miraba llegar a la casa, con su vestido negro, aquel vestido peinaba el viento mismo, esas veces me tocaba a mi abrir la puerta, y por la virgen que no hay otro hombre que la esperara con tal deseo. La acostaba en mi cama y la contemplaba cual niño a su madre, le hacía tributo a los pies que levantaban aquella escultura, sus manos delgadas y finas se confundían ahora con las mías, yo, hombre de pocos lunares, me llenaba con los de ella, y cuando entraba en ella, cuando entraba en ella no había más, no había trenes ni maquinas, correos, plataformas, reportes… yo estaba en mi hogar. Podría llenar de poemas las casas por ese par de ojos. Es matemáticamente imposible no recordarla al menos dos veces.

Entonces miraba al suelo, se quitaba su sombrero de salir, y con una sonrisa de cocodrilo, terminaba el relato.

Parecía triste a ratos, nunca logre averiguar el porqué de su semblante… lloraba, se calmaba, volvía a llorar, tal vez por eso se fue.


Ernesto A.

..Nos ocupamos del mar..


Nos ocupamos del mar
y tenemos dividida la tarea
ella cuida de las olas
yo vigilo la marea
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
mis ojos en su costado.

También cuidamos la tierra
y también con el trabajo dividido
yo troncos, frutos y flores
ella riega lo escondido
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
mis manos en su costado.


Todas las cosas tratamos
cada uno según es nuestro talante
yo lo que tiene importancia
ella todo lo importante
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
y mi voz en su costado.

Javier Krahe

martes, 24 de marzo de 2009

Ella


Ella daba dos pasos hacia delante
Daba dos pasos hacia atrás
El primer paso decía buenos días señor
El segundo paso decía buenos días señora
Y los otros decían cómo está la familia
Hoy es un día hermoso como una paloma en el cielo

Ella llevaba una camisa ardiente
Ella tenía ojos de adormecedora de mares
Ella había escondido un sueño en un armario oscuro
Ella había encontrado un muerto en medio de su cabeza

Cuando ella llegaba dejaba una parte más hermosa muy lejos
Cuando ella se iba algo se formaba en el horizonte para esperarla

Sus miradas estaban heridas y sangraban sobre la colina
Tenía los senos abiertos y cantaba las tinieblas de su edad
Era hermosa como un cielo bajo una paloma

Tenía una boca de acero
Y una bandera mortal dibujada entre los labios
Reía como el mar que siente carbones en su vientre
Como el mar cuando la luna se mira ahogarse
Como el mar que ha mordido todas las playas
El mar que desborda y cae en el vacío en los tiempos de abundancia
Cuando las estrellas arrullan sobre nuestras cabezas
Antes que el viento norte abra sus ojos
Era hermosa en sus horizontes de huesos
Con su camisa ardiente y sus miradas de árbol fatigado
Como el cielo a caballo sobre las palomas

Huidobro


Foto- Cuauhtémoc Suárez

Gente como números

Llegando a mi trabajo escucho el grito de mi abuelo, "irracible!", le pregunto entonces, ¿que abuelo, que me quiere decir?, no lo se, pero eso me lo decía mi abuela allá en el rancho, me lo decía cuando me enojaba, y como tu eres un cabrón, por eso te lo digo. Lo que el viejo quería decir era: "irascible" .Cabe mencionar que mi abuelo no me lo decía de mala manera, siempre que entro a la carnicería donde trabajo, en las mañanas, me recibe con una sonrisa causada o disimulada por la cerveza o el vino, y me tunde con algún apodo o palabra nueva. Con mi abuelo use el diccionario como instrumento común. La semana pasada fue "orondo", hoy "irascible".

Con el viejo aprendo tantas cosas, con el
aprendí a darle un guiso a la cebolla de manera fantástica, a usar el aceite como amigo intimo, me da unas excelentes lecciones de fumador pasivo, de boleros, de tristeza, de rabia, de gritos rancheros.

Viene
después y me grita ahora: irracial! , y antes de que lo moleste con mis impertinentes preguntas , con una sonrisa maliciosa, "Eso te lo digo cuando no te creo lo que me dices, eso significa, bueno, la verdad no se si eso sea, pero a mi se me ocurrió". Después continua, "todas las palabras son inventadas, hee, o que, apoco por ser uno borracho y anónimo no puede cambiar algo de este puto mundo?".

La Rayuela


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Cortázar

No se, me importa un pito



No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Esta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.

¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!

Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba de comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! !María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!

Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

Oliverio Girondo


Foto- Cuauhtémoc Suárez

lunes, 23 de marzo de 2009

Crónica de la ciudad de la Habana


"Los padres habían huido al norte. En aquel tiempo, la revolución y él estaban recien nacidos. Un cuarto de siglo después, Nelson Valdés viajó de Los Angeles a La Habana, para conocer su país.

Cada mediodía, Nelson tomaba el ómnibus, la guagua 68, en la puerta del hotel, y se iba a leer libros sobre Cuba. Leyendo pasaba las tardes en la biblioteca José Martí, hasta que caía la noche.

Aquel mediodía, la guagua 68 pegó un frenazo en una bocacalle. Hubo gritos de protesta, por el tremendo sacudón, hasta que los pasajeros vieron el motivo del frenazo: una mujer muy rumbosa, que había cruzado la calle.

Me disculpan, caballeros —dijo el conductor de la guagua 68, y se bajó. Entonces todos los pasajeros aplaudieron y le desearon buena suerte.

El conductor caminó balanceándose, sin apuro, y los pasajeros lo vieron acercarse a la muy salsosa, que estaba en la esquina, recostada a la pared, lamiendo un helado. Desde la guagua 68, los pasajeros seguían el ir y venir de aquella lengüita que besaba el helado mientras el conductor hablaba y hablaba sin respuesta, hasta que de pronto ella se rió, y le regaló una mirada. El conductor alzó el pulgar y todos los pasajeros le dedicaron una cerrada ovación.

Pero cuando el conductor entró en la heladería, produjo cierta inquietud general. Y cuando al rato salió con un helado en cada mano, cundió el pánico en las masas.

Le tocaron la bocina. Alguien se afirmó en la bocina con alma y vida, y sonó la bocina como alarma de robos o sirena de ncendios; pero el conductor, sordo, como si nada, seguía pegado a la muy sabrosa.

Entonces avanzó, desde los asientos de atrás de la guagua 68, una mujer que parecía una gran bala de cañón y tenía cara de mandar. Sin decir palabra, se sentó en el asiento del conductor y puso el motor en marcha. La guagua 68 continuó su recorrido, parando en sus paradas habituales, hasta que la mujer llegó a su propia parada y se bajó. Otro pasajero ocupó su lugar, durante un buen tramo, de parada en parada, y después otro, y otro, y así siguió la guagua 68 hasta el final.

Nelson Valdés fue el último en bajar. Se había olvidado de la biblioteca."


Eduardo Galeano