miércoles, 10 de noviembre de 2010

El amor, las mujeres y la muerte.


…Se imagina que el instinto tiene poco imperio sobre el hombre o, por lo menos que no se manifiesta nada más que en el recién nacido, que trata de apresar la teta de su madre; pero, en realidad, hay un instinto muy determinado, muy manifiesto, y sobre todo muy complejo, que nos guía en la elección tan fina, tan seria, tan particular de la persona a quien se ama, y a la posesión de la cual se apetece…

… Si el espíritu de la especie, que dirige a dos amantes sin que lo sepan, pudiese hablar por su boca y expresar ideas claras en vez de manifestarse por medio de sentimientos instintivos, la elevada poesía de tal dialogo amatorio en el cual el lenguaje sólo habla con imágenes novelescas y parábolas ideales de aspiraciones infinitas, de presentimientos, de una voluptuosidad sin límites, de felicidad inefable, de fidelidad eterna, etc., se manifestaría en la siguiente forma:

DAFNIS.- Quisiera regalar un individuo a la generación futura, y creo que tú podrías darle lo que a mí me falta.

CLOE.- Tengo la misma intención, y creo que tú podrías darle lo que yo no tengo

DAFNIS.- Yo le doy elevada estatura y fuerza muscular; tú no tienes ni una ni otra

CLOE.- Yo le doy bellas formas y menudos pies: tú no tienes ni estos ni aquellos

DAFNIS.- Yo le doy fina piel blanca que tú no tienes

CLOE.- Yo le doy cabellos negros y ojos negros: tú eres rubio.

DAFNIS.- Yo le doy nariz aguileña

CLOE.- Yo le doy hermosa frente, ingenio e inteligencia; que no podrían venir de ti

DAFNIS.- Talle derecho, bella dentadura, salud sólida: he aquí lo que recibe de nosotros dos. Realmente, los dos juntos podemos dotar de perfecciones al futuro individuo; por eso te deseo más que a ninguna otra mujer

CLOE.- Yo también te deseo.

Si se tiene en cuenta la inmutabilidad absoluta del carácter y de la inteligencia de cada hombre, preciso es admitir que para ennoblecer a la especie humana no es posible intentar nada exterior; se obtendría ese resultado no por la educación y la instrucción, sino por vía de la generación…

…Si se pudiese hacer eunucos a todos los pillos, encerrar en conventos a todas las necias, proveer a las personas de carácter de todo un harén, y de hombres (verdaderos hombres) a todas las jóvenes solteras inteligentes y graciosas, se vería bien pronto una generación que nos daría una edad superior aun al siglo de Pericles.

Sin dejarnos llevar de planes quiméricos, hay para reflexionar que si después de la pena de muerte, se estableciese la castración como la pena más grande, se libraría a la sociedad de generaciones enteras de bribones; y esto, con tanta mayor seguridad, cuanto que, como se sabe, la mayoría de los crímenes se cometen entre las edades de veinte a treinta años.

Creo – como Sterne- que la voluptuosidad es muy seria. Representemos la pareja más hermosa, la más encantadora: ¡Cómo se atraen y repelen, se desean y se huyen con gracia, en un bello juego de amor!

Llega el instante de la voluptuosidad: todo jugueteo, toda alegría graciosa y dócil han desaparecido de repente, la pareja se ha puesto seria ¿Por qué? Porque la voluptuosidad es bestial y la bestialidad no se ríe. Las fuerzas de la naturaleza obran en todas partes.

La voluptuosidad de los sentidos es lo opuesto al entusiasmo que nos abre el mando ideal. El entusiasmo y la voluptuosidad son graves y no traen consigo jugueteos.

Arthur Schopenhauer

martes, 2 de noviembre de 2010

Tus Manos

Cuando tus manos salen,
amor, hacia las mías,
qué me traen volando?
Por qué se detuvieron en mi boca,
de pronto,
Por qué las reconozco
como si entonces antes,
las hubiera tocado,
como si antes de ser
hubieran recorrido
mi frente, mi cintura?

Su suavidad venía
volando sobre el tiempo,
sobre el mar, sobre el humo,
sobre la primavera,
y cuando tú pusiste
tus manos en mi pecho,
reconocí esas alas
de paloma dorada,
reconocí esa greda
y ese color de trigo.

Los años de mi vida
yo caminé buscándolas.
Subí las escaleras,
crucé los arrecifes,
me llevaron los trenes,
las aguas me trajeron,
y en la piel de las uvas
me pareció tocarte.
La madera de pronto
me trajo tu contacto,
la almendra me anunciaba
tu suavidad secreta,
hasta que se cerraron
tus manos en mi pecho
y allí como dos alas
terminaron su viaje.
Neruda