viernes, 23 de abril de 2010

Ojos vemos.


 La mujer coyote tiene los ojos en celo. Ella gusta de hombres comunes como nosotros, como tu padre o tu hermano. Ella los busca y los atrapa con la mirada. Se encarga de que sus pupilas se conecten tanto con las de Él, hasta formar el cóncavo y convexo. Hasta que las miradas parezcan entrar en batalla de apareamiento... Cuando pasa esto, el hombre común ya no puede zafarse. Él, del que ahora no tenemos datos, nombre, fecha de nacido, o estado civil, entra en un estado de desesperación, de ansia de poseer a la bestia. Le escribe poemas que deja regados afuera de las cuevas que aquella acostumbra. A veces ensaya penosos aullidos. El pobre no sabe ni con quien está bailando, lo único que quiere es tenerla, cogerle hasta el alma. Por lo tanto, se esconde de sus amigos y familiares, se va a vivir al desierto y la busca a cada momento... después de saciar sus necesidades con el cuerpo de esta hermosa criatura, el hombre entra en un estado de agresividad constante, con sus puños empieza a golpear el vientre del animal, lo aborrece, lo patea, lo apuñala..._Un impulso insoportable de destruirla, para fusionarse aun mas en ella. La graciosa situación de nuestro cuento es que la mujer coyote nunca muere. Ella, todos los días aparece de nuevo, sana y fresca. Y una noche, así está escrito, así siempre pasa, una noche, cuando el hombre duerme tranquilo, ella le va comiendo, ahora las manos, ahora los pies, avanza hasta las rodillas, sigue con los antebrazos, los come y ruñe de un talante cirujano. El fuego de sus mordidas cauteriza la herida para dejar vivo al ingrato, y aprovecha para dar un giro a la dinámica aquí ventilada. El hombre, ahora dueño de 4 relucientes muñones, vive para lamer a la coyote. Lo realiza de este modo hasta el día de su muerte... El hombre muere feliz.

E.A.