viernes, 11 de abril de 2014

Los Hermanos


Yo tengo tantos hermanos
Que no los puedo contar
En el valle, la montaña
En la pampa y en el mar
Cada cual con sus trabajos
Con sus sueños, cada cual
Con la esperanza adelante
Con los recuerdos detrás
Yo tengo tantos hermanos
Que no los puedo contar
Gente de mano caliente
Por eso de la amistad
Con uno lloro, pa llorarlo
Con un rezo pa rezar
Con un horizonte abierto
Que siempre está más allá
Y esa fuerza pa buscarlo
Con tesón y voluntad
Cuando parece más cerca
Es cuando se aleja más
Yo tengo tantos hermanos
Que no los puedo contar
Y así seguimos andando
Curtidos de soledad
Nos perdemos por el mundo
Nos volvemos a encontrar
Y así nos reconocemos
Por el lejano mirar
Por la copla que mordemos
Semilla de inmensidad
Y así, seguimos andando
Curtidos de soledad
Y en nosotros nuestros muertos
Pa que nadie quede atrás
Yo tengo tantos hermanos
Que no los puedo contar
Y una novia muy hermosa
Que se llama ¡libertad!

We Are



I see YOU in me 
I see ME in you 
I AM 

El Extranjero

-¿Qué amas más, di, hombre enigmático? ¿Tu padre, 
tu madre, tu hermana, tu hermano? 
-No tengo ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano. 
-¿Tus amigos? 
-Usted emplea una palabra cuyo sentido me ha sido 
hasta ahora desconocido. 
-¿Tu patria? 
-Ignoro en que latitud se encuentre. 
-¿La belleza? 
-La amaría de buena gana, diosa e inmortal. 
-¿El oro?
-Lo aborrezco tanto como usted execra a Dios.
-¿Entonces qué amas, extraordinario extranjero?
-Amo las nubes... las nubes que pasan... allá...
¡las maravillosas nubes!

Charles Baudelaire

miércoles, 9 de abril de 2014

Sobre el AMOR:

Gibrán Khalil-El jardín del Profeta-



Cuando el amor os llame, seguidlo. 
Y cuando su camino sea duro y difícil. 
Y cuando sus alas os envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas 
escondida os hiriera. 
Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce vuestros sueños, tal
como el viento norte devasta los jardines.
Porque, así como el amor os corona, así os crucifica.
Así como os acrece, así os poda.
Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras
más tiernas ramas, que se estremecen bajo el sol, así descenderá hasta vuestras
raíces y las sacudirá en un abrazo con la tierra.
Como trigo en gavillas él os une a vosotros mismos.
Os desgarra para desnudaros.
Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, hasta que estéis flexibles y dóciles.
Y os asigna luego a su fuego sagrado, para que podáis convertiros en sagrado
pan para la fiesta sagrada de Dios.
Todo esto hará el amor en vosotros para que podáis conocer los secretos de
vuestro corazón y convertiros, por ese conocimiento, en un fragmento del corazón de la Vida.
Pero si, en vuestro miedo, buscareis solamente la paz y el placer del amor,
entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales.
Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y
lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas.
El amor no da nada más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
Porque el amor es suficiente para el amor.
Cuando améis no debéis decir: «Dios está en mi corazón», sino más bien: «Yo
estoy en el corazón de Dios.»
Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor porque él si os encuentra dignos,
dirigirá vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.
Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos, que vuestros deseos sean éstos:
Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
Saber del dolor de la demasiada ternura.
Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor. Y sangrar voluntaria y
alegremente.
Despertarse al amanecer con un alado corazón y dar gracias por otro día de amor.
Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar.
Volver al hogar con gratitud en el atardecer.
Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de alabanza
en los labios.

The Masterplan

Take the time to make some sense
of what you want to say
and cast your words away upon the waves
bring them back with acquiesce
on a ship of hope today
and as they fall upon the shore
tell them not to fear no more
say it loud and sing it proud
and they... 
Will dance if they want to dance
please brother take a chance
you know they're gonna go
which way they wanna go
all we know is that we don't know
what is gonna be
please brother let it be
life on the other hand won't let you understand
why we're all part of the masterplan 
I'm not saying right is wrong
it's up to us to make
the best of all things that come our way
and all the things that came have past
the answer's in the looking glass
there's four and twenty million doors
down life's endless corridor
say it loud and sing it proud
and they... 
Will dance if they want to dance
please brother take a chance
you know they're gonna go
which way they wanna go
all we know is that we don't know
what is gonna be
please brother let it be
life on the other hand won't let you understand
why we're all part of the masterplan

Oasis

martes, 8 de abril de 2014

La pucha con el hombre

El hombre nace y muere a veces sin vivir 
camina desde el niño al viejo sin gozar 
eso que el mismo le llama felicidad 
si la tiene aquí la va a buscar allá 
tropieza tantas veces en una misma piedra 
fruta que llega pasa sin madurar 
si tiene fila quiere tener mucho mas 
es un misterio y es de la vida la sal 
tiene alma de guitarra 
encordada de estrellas 
y es una falta envido su corazón 
solo se diferencia del reino animal 
porque es el hombre el único capaz de odiar 
pero mientras el hombre 
se asombre llore y ria 
sera la fantasía que dios creo 

Es una lagrima de niño y de crespin 
es monte denso copla vida y manantial 
es muy capaz de dar la vida o de matar 
es luz y sombra tierra arada o arenal 
la pucha con el hombre 
querer ser tantas cosas 
y nunca mas que un cuatro tan solo es el 
es un camino que anda solo bajo el sol 
sendero trajinado por sueño de amor 
es un viejo leguero garrotiado de changos 
con copas de vino triste de carnabal 

solo se diferencia del reino animal 
porque es el hombre el único capaz de odiar 
pero mientras el hombre 
se asombre llore y ria 
sera la fantasía que Dios creo.

Peteco Carbajal

Silently

Silently, I wish to sail into your port, I am your sailor
Quietly, I drop my weight into your sea, I drop my anchor
I sway in your waves, I sing in your sleep
I stay till I'm in your life

I realize now you're not to be blamed my love
You didn't choose your name my love
You never crossed the seven seas
I realize now you're not to be blamed my love
You didn't choose your name my love
You never crossed the seven seas

Oh, sweet creature
I know exactly how you feel
Your clock is ticking, tick tack tick tack
Your heart is beating tum tum tum tum tum

Silently, I wish to sail into your port, I am your sailor
Quietly, I drop my weight into your sea, I drop my anchor

I realize now you're not to be blamed at all
You didn't choose your name my love
You die a little in my arm
I realize now you're not to be blamed at all
You didn't choose your name my love
We never crossed the seven seas
I realize now you die a little in my arm
Before you even taste my love
We never crossed the seven seas
I realize now you re not to be blamed at all
You didn't choose your name my love
You die a little in my arm
I realize now

Blonde Redhead 

lunes, 7 de abril de 2014

Buena nueva

Cada mañana es una buena noticia, cada niño que nace es una buena noticia, cada hombre justo es una buena noticia, cada cantor es una buena noticia, porque cada cantor, es un soldado menos. Todo esto y mucho más, lo aprendí de mi madre, se llamaba Sara, la elegí como madre por la misma razón por la que Dios la eligió como hija. Nunca pudo aprender nada puesto que, cada vez que estaba por aprender, llegaba la felicidad y la distraía. Nunca usó agenda porque hacía sólo lo que amaba y eso, se lo recordaba el corazón. Se dedicó sólo a vivir y no le quedó tiempo para otra cosa.

Cuando me marché de mi casa, niño aún, tenía siete años, mi madre me acompañó a la estación, y cuando subí al tren me dijo: Este es el segundo y último regalo que puedo hacerte, el primero fue darte la vida y, el segundo, la libertad para vivirla.

Facundo Cabral

Francisca y la Muerte

-Santos y buenos días- dijo la Muerte, y ninguno la pudo reconocer porque venía con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla en el bolsillo.
-Quisiera saber donde vive la señora Francisca.
-Allá arriba- le respondieron, señalándole el camino.
Andando, la Muerte vio que eran las siete de la mañana. “Para la una y cuarto está anotada Francisca: menos mal, poco trabajo, un sólo caso”, se dijo satisfecha de no fatigarse. Y llegó a casa de Francisca:
- Por favor con Panchita- dijo adulona la Muerte.
-Abuela salió temprano- contestó una nieta.
-¿Y a qué hora regresa?- preguntó.
-¡Quién lo sabe!- dijo la madre de la niña-. Depende de los quehaceres que tenga en el campo. 
-Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?
-Si, pero puede que regrese hasta el anochecer.
“¡Chin! -pensó la Muerte-, se me irá el tren de las cinco. Mejor voy a buscarla”. Y preguntó: – ¿ Dónde, de fijo, puedo encontrarla ahora?
-De madrugada salió a ordeñar. Seguramente ahora estará sembrando.
- Gracias- dijo secamente la Muerte y echó a andar de nuevo. Pero miró todo el extenso campo y no había un alma en él.
Entonces rabió:
-Vieja andariega, dónde te harbrás metido.
Escupió y continuó su sendero sin tino hasta que se topó con caminante y le preguntó por Francisca.
-Lleva media hora en casa de los Noriega -le contestó-. Está enfermo el niño y ella fue a sobarlo.
La Muerte apretó el paso aunque ahora el camino era más duro y fatigoso. Así que llegó hecha una lástima a casa de los Noriega:
-Con Francisca, si me hace el favor.
-Ya se fue -dijo la madre.
-¡Cómo! ¿Tan pronto? ¿No hizo la sobremesa?
-Sólo vino a ayudarnos con el niño. Se ve que usted no conoce a Francisca.
-Tengo sus señas.
-A ver,dígalas -esperó la madre. Y la Muerte dijo:
-Pues… con arrugas, desde luego, ya son setenta años…
-¿Y qué más?
-Verá… el pelo blanco… casi ningún diente propio… la nariz afilada.
-Pero usted no ha hablado de sus ojos.
-Bien; nublados… si, nublados han de ser… ahumados por los años.
-No, no la conoce -dijo la mujer-. Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Esa que usted busca no es Francisca.
Y salió la Muerte indignada y anduvo y anduvo. Alguien le dijo que Francisca estaba cortando pastura para la vaca. Pero  fue y sólo vio la pastura. Entonces, con los pies hinchados y la camisa negra más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora: “¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!” Y regresó maldiciendo.
Mientras, a dos kilómetros de ahí, Francisca arreglaba un jardincito. Un conocido la saludó, bromeando:
-Francisca ¿cuándo te vas a morir?
Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:
-Nunca -dijo-, siempre hay algo que hacer.
Ornelio Jorge Cardoso 

El gigante egoísta

Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
Era un Gigante egoísta...
Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban y los árboles se olvidaron de florecer. Solo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.
-La primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.
Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
-Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era solo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Solo en un rincón el invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Solo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la primavera regresó al jardín.
-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
-¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira y dijo:
-¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
-¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.
-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.
FIN


Oscar Wilde