lunes, 25 de mayo de 2009

Suave



Me jode confesarlo
, pero la vida es también un bandoneón
, hay quien sostiene que lo toca dios, pero yo estoy seguro que es troilo, ya que dios apenas toca el arpa... y mal.
Fuere quien fuere lo cierto es que nos estira en un solo ademán purísimo y luego nos reduce de a poco a casi nada, y claro nos arranca confesiones, quejas que son clamores, vértebras de alegría, esperanzas que vuelven como los hijos pródigos y sobre todo como los estribillos.

Me jode confesarlo porque lo cierto es que hoy en día pocos quieren ser tango. La natural tendencia es a ser rumba, o mambo, o chachachá, o merengue, o bolero, o tal vez casino, en último caso valsecito o milonga... pasodoble jamás

pero cuando dios, o pichuco, o quien sea, toma entre sus manos la vida bandoneón, y le sugiere que llore o regocije, uno siente el tremendo decoro de ser tango, y se deja cantar, y ni se acuerda que allá espera
el estuche.

Es virtualmente imposible que, después de varios tangos, dos cuerpos no empiecen a conocerse. En esa sabiduría, en ese desarrollo del contacto se diferencia el tango de otros pasos de baile que mantienen a los bailarines alejados entre sí o sólo les permiten roces fugaces que no hacen historia. El abrazo del tango es sobre todo comunicación, y si hubiera que adjetivarla diría comunicación erótica, un prólogo del cuerpo-a-cuerpo que luego vendrá, o no, pero que en ese tramo figura en los bailarines como proyecto verosímil. Y cuanto mejor se lleve en el baile la pareja, cuanto mejor se amolde un cuerpo al otro, cuanto mejor se correspondan el hueso del uno con la tierna carne de la otra, más patente se hará la condición erótica de una danza que empezó siendo bailada por rameras y cafishos del novecientos y que sigue siendo bailada por el cafisho y la ramera que unos y otras llevamos dormidos en algún rincón de las respectivas almitas y que despiertan alborozados y vibrantes cuando empiezan a sonar los acordes de El choclo o Rodríguez Peña...


Benedetti

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