miércoles, 22 de abril de 2009

Sólo tengo ojos para tus ojos

Esperó a que Baltasar terminara para servirse de la cuchara de él, era como si, callada estuviese respondiendo a otra pregunta, Aceptas para tu boca la cuchara de que se ha servido la boca de este hombre, haciendo suyo lo que era tuyo, volviendo ahora a ser tuyo lo que fue de él, y eso tantas veces hasta que se pierda el sentido de lo tuyo y lo mío.

No tengo fuerzas que me lleven de aquí, me has echado un hechizo en el cuerpo, No eché tal, no dije una palabra, no te toqué, Me miraste por dentro, Juro que nunca te miraré por dentro, Juras que no lo harás y ya lo has hecho, No sabes de qué hablas, no te miré por dentro, Si me quedo, donde duermo, Conmigo.

Se acostaron. Blimunda era virgen. Cuántos años tienes, preguntó Baltasar, y Blimunda respondió, Diecinueve años, pero entonces su edad era otra. Corrió algo de sangre por la estera. Con las puntas de los dedos índice y corazón humedecidos en ella, Blimunda se persignó e hizo una cruz en el pecho de Baltasar, sobre el corazón. Estaban los dos desnudos. En una calle cercana oyeron voces de desafío, batir de espadas, carreras. Luego el silencio. No corrió más sangre.

Está Baltasar a punto de sentir de nuevo la añoranza de la guerra pero se acuerda de Blimunda e intenta averiguar de qué color son los ojos de ella, es una guerra en la que anda con su propia memoria, que tanto le recuerda un color como otro, ni sus propios ojos consiguen decidir de qué color de ojos están viendo cuando los tienen delante.

Baltasar, llévame a casa, dame de comer, y acuéstate conmigo, porque aquí delante de ti no puedo verte, y no te quiero ver por dentro, sólo quiero mirarte, cara oscura y barbada, ojos cansados, boca tan triste, hasta cuando estás a mi lado y me quieres, llévame a casa, que yo iré tras de ti, pero con los ojos bajos, porque una vez juré que no te vería por dentro y así sera, castigada sea yo si alguna vez lo hago.

El clandestino encuentro, el suave contacto, la dulce caricia, aunque lleve tantas veces consigo el infierno, bendito sea.

Ya sabemos que estos dos se aman las almas, los cuerpos y las voluntades, pero, estando acostados, asisten las voluntades y las almas al gusto de los cuerpos, o quizá se agarren aún mas a ellos para tomar parte en el gusto, díficil es saber qué parte hay en cada parte, si está perdiendo o ganando el alma cuando Blimunda se alza las faldas y Baltasar se afloja los calzones, si está la voluntad ganando o perdiendo cuando ambos suspiran o gimen, si quedó el cuerpo vencedor o vencido cuando Baltasar descansa en Blimunda o ella descansa en èl, ambos descansando. Éste es el aroma mejor del mundo, el de la paja removida, el de los cuerpos bajo la manta, de los bueyes que rumian en el comedero, el olor del frío que entra por las rendijas del pajar, tal vez el olor de la luna, todo el mundo sabe que la noche tiene otro olor cuando hay luna, hasta un ciego, incapaz de distinguir la noche del día, dirá, Hay luna, se cree que fue Santa Lucía quien hizo el milagro, y al fin es sólo cuestión de aspirar, de olor, Sí señores, qué hermosa luna la de esta noche.


Saramago

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