viernes, 24 de octubre de 2014

De lo que me hace feliz leer

Todas las personas supieron al instante que la margarina había caducado. El cocinero quiso ocultarlo haciendo un truco de magia sobre la vitrina del mostrador. A la vista de todos, sacó un elefante miniatura de un costal de harina. Pero el público estaba demasiado enojado para aplaudir; sólo exigían a gritos y sombrerazos, la devolución de su dinero. El cocinero bajó del mostrador y volteó la caja registradora. Todos se agazaparon sobre las monedas que rodaban por el suelo. Los billetes caían despacio, como planeando, y las personas se veían estúpidas tratando de pescarlos al aire. Si han tomado lo suyo, les pido que salgan de mi tienda, dijo el apesadumbrado cocinero. La gente tomó a mal su petición y comenzó a destruir las canastas de pan, las ventanas, los hornos, las paredes… Unos jóvenes orinaron las esquinas, nomás porque sí. El cocinero buscó el teléfono para llamar a la policía. Marcó un número. Pero no escuchó el pitido de la línea. A tres metros, una señora burlona, le mostraba el cable del teléfono, roto entre sus dientes. Son unas bestias, dijo en voz baja, llorando. Anímese, señor, le dijo una pequeña de rizos dorados que lo tomó del hombro, aquí a la vuelta hay una panadería mejor.

Carlos Román 

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