lunes, 2 de enero de 2012

¡No pregunte: practique!


De repente, un día, después de un tiro mío, el maestro hizo una profunda reverencia y dio por terminada la clase. Ante mi mirada perpleja exclamó: "¡Ello acaba de tirar!" Y cuando, por fin, comprendí lo que quería decir, no me fue posible reprimir una repentina expresión de alegría."Lo que dije -reprobó el maestro- no era un elogio, sólo una comprobación que no ha de tocarle. Y mi reverencia no estaba dirigida a usted, porque usted no tiene ningún mérito en ese tiro. Esta vez, usted permanecía, olvidado de sí mismo y de toda intención, en el estado de máxima tensión; entonces el disparó "cayó" como una fruta madura. Ahora siga practicando como si nada hubiese sucedido."

Cierto día, en el instante en que se desprendió mi tiro, el maestro exclamó"¡Allí está! ¡Inclínese!"Cuando después inspeccioné el blanco -lamentablemente no podía abstenerme de hacerlo- comprobé que la, flecha sólo le había rozado el borde. "Este fue un tiro logrado -decidió el maestro- v así tiene que empezar. Pero es suficiente por hoy; porque si seguimos, usted se esmeraría particularmente y echaría a perder el buen comienzo."Con el tiempo disparé a veces varios tiros seguidos que dieron en el blanco,-aparte, por supuesto, de muchos fallados. Pero cuando yo daba la menor señal de orgullo, el maestro me reprendía con inusitada brusquedad. "¿Qué le sucede? –solía exclamar. Ya sabe que no debe enojarse por los tiros fallados. Pero tampoco debe regocijarse con los logrados. Tiene que desprenderse de ese fluctuar entre placer y desplacer. Tiene que aprender a sobreponerse a ello con libre ecuanimidad, alegrándose como si otro hubiese hecho esos disparos. Esto también tiene que practicarlo incansablemente. No se imagina cuánta importancia tiene."En esas semanas y meses cursé la escuela más dura de toda mi vida, y aunque no siempre me era fácil adaptarme, llegué a comprender con el tiempo cuánto le debía. Aniquiló en mí los últimos vestigios de la necesidad de ocuparme conmigo mismo y con las fluctuaciones de mis estados de ánimo. "¿Comprende usted ahora -me preguntó el maestro después de un tiro especialmente bien logrado -lo que quiere decir `Ello' dispara, `Ello' acierta?""Me temo -respondí- que ya no comprendo nada; hasta lo más sencillo -90-se me vuelve confuso. ¿Soy yo quien estira el arco, o es el arco que me atrae al estado de máxima tensión? ¿Soy yo quien da en el blanco, o es el blanco que acierta en mí? ¿El `Ello' es espiritual, visto con los ojos del cuerpo, o corporal, visto con los del espíritu? ¿Es ambas cosas o ninguna? Todo eso: el arco, la flecha, el blanco y yo estamos enredados de tal manera que ya no me es posible separar nada. Y hasta el deseo de separar ha desaparecido. Porque, apenas tomo el arco y disparo, todo se vuelve tan claro, tan unívoco y tan ridículamente simple..."-"En este mismo instante -me interrumpió el maestro- la cuerda del arco acaba de atravesarle a usted por el centro. (...)

Eugen Herrigel

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