lunes, 3 de mayo de 2010

La ley estética, la ley de la más elevada fantasía.


La bahía esta desierta como la ciudad, como la playa, como los campos, como las rocas. Apenas si uno que otro barco de pescadores flota como cuerpo muerto sobre el plano de las aguas profundas que se hinchan y se deprimen al influjo de la marea; ni en los barcos abandonados ni en el muelle de estirados rieles perpendiculares, ni en el pueblo: en ninguna parte se advierte otra vida que la constante palpitación del mar, aunque a ratos dibújase en los aires el vuelo resbaladizo de las gaviotas. Y a pesar de tanta desolación, esplende tan inmensa hermosura, el viento hállase tan henchido de cosas latentes, que lejos de ocurrírsenos ideas de ruina y de muerte , mas bien queremos encontrarnos en uno de esos lugares que el planeta ha estado reservando para que sirvan de emporio a futuras gentes; en una de esas pausas que la vida toma para recomenzar con mas bríos.
Así parece sentirlo una mujer que pasea lánguidamente por el malecón. Su persona es una apoteosis de las energías terrestres; cuando camina, sus formas blandas y torneadas palpitan, como la más suave de las ondas del mar; sin embargo, es toda firmeza y gallardía; hombros delicados de estatua, boca roja, ojos encendidos y frente corta que tapan los rizos; al andar se eleva sobre el arco de un lindo empeine y entonces parece que la naturaleza entera se llena de un apetito oscuro... Y la joven se yergue como si clamase al sol, para que le devuelva la raza de sus héroes.
José Vasconcelos- Divagaciones Literarias

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