Nuestra cultura nos enseña a mentir por el “bien” propio y a veces del
ajeno, nos enseña desde pequeños cosas tan básicas como decir “a la
vuelta” en vez de “no, gracias” a un vendedor ambulante, nos enseña a
“tratar bien” a las personas, volviendo estas maneras hábitos mecánicos
y al mismo tiempo sin valor, nos da creencias erróneas para calmar
nuestra sed de conciencia. La sinceridad, esta virtud
tan mal comprendida, y tan necesitada por todos nosotros, la
comprendemos como el acto de decir la “verdad” a la gente, “sinceramente
creo que te falta esto”, “estas mal en esto” o podemos usarla para bien
de los demás “mis sinceras felicitaciones”, “mi más sincero
reconocimiento”, la sinceridad verdadera va a depender de que tan
honestos somos con nosotros mismos, en una cabeza donde “nadie nos ve” y
por ende podemos hacer lo que queramos, mentirnos, defender ideas
erróneas, ser orgullosos, justificar nuestros actos cuando sabemos que
están mal. En vez de practicar la sinceridad con los demás, practiquemos
la sinceridad y honestidad propia, derrotemos nuestra terquedad. La
sinceridad con todos los demás nacerá así sin esfuerzo, sin culpas y de
forma natural.
E.A.
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